La sequía espiritual, en el contexto bíblico, se refiere a un período en el que un creyente siente un alejamiento de la presencia de Dios. Este distanciamiento se manifiesta a través de una falta de gozo, motivación y conexión espiritual. Es una experiencia común que puede manifestarse como dificultad para orar, leer la Biblia o participar en actividades religiosas. Aunque puede resultar dolorosa, la sequía espiritual no significa que Dios haya abandonado a la persona, sino que puede ser una oportunidad para fortalecer la fe y profundizar en su relación con Él.
Todo el que beba de esta agua volverá a tener sed, pero el que beba del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le daré se convertirá en él en una fuente de agua que brota para vida eterna. Juan 4:13-14
Un elevado número de personas experimentan periodos de aridez o sequía espiritual en ocasiones más prolongadas, en otras más breves, y en los que el anhelo de establecer una conexión con Dios se desvanece prácticamente por completo, lo que puede llevar a la desesperación y a la pérdida de fe. La raíz de esto puede ser atribuida a diferentes situaciones, como un trauma, un dolor, una decepción generalizada por las circunstancias o, simplemente, la pérdida del deseo de orar.
La sequía espiritual, aunque persistente e indeseable, no es algo con lo que debamos vivir constantemente. Dios nos ofrece su palabra por gracia que nos permiten refrescarnos y ser restaurados para recuperar el gozo de nuestra salvación. Pero esto solo puede suceder si somos capaces de discernir por qué podríamos estar experimentando la sequía espiritual y tomar las medidas adecuadas.
En los periodos de sequía, el creyente es víctima de la apatía y de una cierta insensibilidad.
La lectura de la Biblia no le aporta nada. La encuentra árida, le parece que carece de mensaje para su alma.
Ora, pero la oración ha perdido fervor ha perdido su sabor. La situación se ha vuelto monótona y carente de emoción; da la sensación de que no puede superar el techo; no hay expectativas de que tenga efectos tangibles, y en lo personal, se siente que no es efectiva.
La asistencia a los cultos de la iglesia se convierte en una carga, pues no encuentra en ellos nada que le estimule.
Nos hallamos inmersos en una situación de aridez espiritual, una condición en la que nos vemos privados de la plenitud y la satisfacción espiritual, experimentando una carencia de sentido y propósito en nuestras vidas. Es importante reconocerla, buscar la Palabra de Dios, persistir en la oración y el apoyo espiritual.
David expresó esta situación con un lamento angustioso: «Mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela, en tierra seca y árida donde no hay aguas» (Sal. 63:1).